En un mundo dominado por la desinformación y tan proclive al olvido o la
falsificación del pasado, es crucial rescatar para el debate público, y también para
la construcción de memoria democrática, temas de enorme trascendencia que no
siempre están en las portadas de los periódicos, en las cabeceras de los telediarios o
entre los trending topics de las redes sociales. Uno de estos temas fundamentales son
los bombardeos diseñados específicamente para sembrar el terror en la población y
paralizar al adversario, que incrementaron de manera dramática el coste humano de
las guerras, abriendo una nueva y terrorífica era de la acción militar de gran dramatismo
por su impacto muchas veces indiscriminado sobre la población civil.
A medida que analizamos en profundidad los conflictos bélicos, en España
o en cualquier lugar del planeta, cobra cada vez más importancia la consideración
específica de los bombardeos contra la población civil como espacios de perpetración
masiva radicalmente incompatibles con la defensa de los derechos humanos.
Necesariamente, la memoria democrática tiene que visitar de manera constante estos
espacios de terror, y reconocer el sufrimiento de las víctimas, las que murieron, pero
también las que sobrevivieron y llevaron para siempre en su recuerdo escenas de
pánico generalizado y tragedia colectiva.
Los bombardeos más antiguos de los que tenemos noticias, como los que llevó
a cabo Italia en 1911 en la guerra contra el Imperio otomano, o los que llevaron a cabo
los alemanes sobre Inglaterra en la Primera Guerra Mundial, con gran protagonismo
del terror aéreo, nos parecen ahora de una escala limitada, después de las pavorosas
tormentas de humo y llamas que habrían de dejar posteriormente en su estela las
piezas de artillería y las escuadrillas de aviones.